Historia y Legado
En el Gran Bilbao de finales de los noventa, cuando la ciudad oscilaba entre la penumbra industrial y los destellos de un porvenir aún incierto, su cámara se convirtió en confidente silenciosa de aquella transformación.
No se limitaba a observar, sino que intuía lo invisible: el pulso de una urbe que, entre hierro y cristal, aprendía a reinventarse. Esta metamorfosis queda reflejada en su trabajo “Muerte y Resurrección”.
La mirada de Jorge Lamas no buscaba registrar, sino revelar. Cada imagen emerge como un gesto íntimo, como un susurro que desvela, la esencia de una ciudad despojándose de su antigua piel para abrazar una nueva identidad. En sus desnudos, paisajes y contrastes más sutiles, se refleja la misma verdad: la belleza de lo efímero, la elegancia de la transformación.
Las fotografías de Jorge Lamas no son únicamente documentos, sino experiencias de su propia trayectoria personal y profesional.
Muerte y Resurrección
Muerte y Resurrección se erige como una de las obras más emblemáticas y profundas de Jorge Lamas. No es únicamente una colección de imágenes, sino un relato visual que trasciende lo documental para adentrarse en lo simbólico.
Inspirada en los contrastes del Gran Bilbao a finales de los noventa, esta serie positivada en soporte de aluminio, captura con una mirada íntima, la transformación entre la Muerte del Gris Bilbao y la Resurrección de la Villa.
Estas inéditas fotografías han permanecido cautivas durante más de un cuarto de siglo y emergen ahora en una etapa de madurez profesional del artista.
En definitiva, no hablamos únicamente de fotografía, sino de patrimonio artístico. Una fusión entre innovación técnica y valor atemporal que convierte cada obra en un activo único, sólido y duradero.
PRODUCCIÓN
Cada pieza nace a través de un proceso artesanal y altamente técnico que garantiza su exclusividad y permanencia en el tiempo.
Primero, emulsionamos placas de aluminio de la más alta pureza, transformándolas en el lienzo perfecto para la creación fotográfica. Una vez preparadas, y bajo un riguroso control de luz, temperatura y humedad, estas placas se convierten en soporte sensible, permitiendo que la imagen cobre vida con la misma precisión que en el papel fotográfico tradicional, pero con una solidez infinitamente superior.
Tras el revelado, cada placa es minuciosamente lavada y finalmente aislada con una fina capa de resina epoxi, una protección que sella la obra y la hace virtualmente indestructible. Esta técnica no solo preserva la belleza de la pieza frente al paso del tiempo, sino que la eleva a la categoría de legado: una obra destinada a perdurar, inmune al desgaste, y capaz de acompañar a generaciones.
¿Clásico o Moderno?
Apostar por la recuperación de la llamada fotografía analógica —a la que prefiero referirme como fotografía clásica— es devolverle el lugar que le corresponde dentro del arte contemporáneo. Esta disciplina ha sido injustamente relegada bajo una etiqueta que suena a pasado, cuando en realidad hablamos de la raíz y la esencia de un lenguaje artístico que, como sucede en todas las artes, convive en su versión clásica y en su versión moderna.
La fotografía digital, que comenzó a consolidarse en el año 2000, es sin duda el lenguaje actual; pero la fotografía clásica sigue siendo el origen, la base y la memoria de este arte. Reivindicarla no es nostalgia, es un acto de justicia estética y cultural: reconocerla como lo que siempre ha sido, un arte eterno.
Tuve la fortuna de iniciar mi camino profesional en 2003, justo en la "muga", en esa frontera donde la fotografía clásica empezaba a dejar paso a la fotografía moderna. Ese momento me permitió vivir lo mejor de dos mundos: por un lado, aprender de grandes maestros del laboratorio y de la cámara de medio formato —como José Luis Lobo Altuna, Cristina García Rodero o Koldo Txamorro entre otros—, depositarios de un conocimiento artesanal invaluable; y por otro, presenciar en primera persona la revolución digital que transformaría para siempre nuestra manera de crear y mirar imágenes.
Más adelante, mi carrera me llevó hacia la fotografía moderna aplicada al mundo de las bodas artísticas, lo que dejó en pausa mi relación con la vertiente más clásica. Pero esa pausa nunca fue un final, sino un paréntesis necesario para, hoy, retomar con plena convicción ese camino y reivindicar la fotografía clásica.